El amor por la pintura es algo que he tenido desde niño, ya que es una de las mejores formas para representar el mundo, para mostrar lo que tenemos en nuestro interior. A mis 9 años me regalaron muchas cosas para pintar pero nunca sabia que pintar, descubrí que me gusta ver las pinturas, más no hacerlas, era un placer interpretarlas, desnudar sus sentidos, introducirme en sus mundos de preguntas y crear a su paso cada vez más. Es fácil admirar algo de lo que no sabes, hay gente que se toma su trabajo como un descanso y yo creo que eso es algo de apreciar, cuando tomaba un descanso en una de las plazas de Ovalle me tope con una escort que se encontraba pintando a las personas que pasaban, ella se mantenía invisible pero a la vez sensual, costaba encontrarla a la vista sin embargo al hacerlo no podías quitar los ojos de sus movimientos. No pude evitar acércame a ella para hablarle, di dos pasos y ya sabía que yo me dirigía a ella, era muy perceptiva. Paso toda la tarde hablando de sí misma, me contaba que viajaba por el país pintando paisajes con personas, personas que no se daban cuenta de lo que tenían a su alrededor y casualmente había llegado a Ovalle. Sus pinceladas eran hermosas, suaves y largas, como si el pincel fuera una extensión de su brazo, su arte más que abstracto era real, enseñaba la belleza pura que se le mostraba a los ojos. Además de ser hermoso su arte, esa escort era hermosa, su piel era blanca como la leche, de ojos azules y un pelo negro, con una ropa que pareciera sacada del pasado y una aptitud dulce pero perspicaz, ante todo fue una linda tarde, cuando terminamos de hablar me regalo lo que estaba pintando mientras hablamos, resulta que era un retrató mío.